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ENTRE LINEAS

El Autor

Entre Líneas, el personaje

Entre Líneas, el personaje

Entre Líneas es un personaje cuya vida ha transcurrido según los designios marcados por su autor, culpable de sus gracias y sus desgracias. No quiero decir que todo lo ocurrido durante estos dos años a EL sea fruto de la invención del creador, una parte importante de lo narrado se basa en experiencias personales es decir, forma parte de lo vivido y, sobre todo, de un cargamento de sentimientos. A esas vivencias les he dado muchas veces, o se ha quedado en el intento, un tono literario o novelesco según me marcase el humor del día en que escribía. De ahí que me haya sido imposible disimular mis estados de ánimo o desánimo. Desde hace algo más de un mes Entre Líneas, el personaje, entró en coma profundo del que le va a ser muy difícil recuperarse. El autor, su creador es decir, yo en cambio, tengo un pacto con la madre naturaleza consistente en que ella se comporta generosamente conmigo a cambio de que le haga el amor todos los días. Ese compromiso sigue funcionando a día de hoy a la perfección lo que me ha permitido “acabar” con EL y crear un nuevo mundo con otro protagonista. A ese mundo han acudido todos los que necesitaban las palabras del autor. A fin de cuentas me gusta dar a quién, de alguna manera, me necesita y no a aquellas y aquellos a los que les sobran aduladores, aduladoras, “calientabites”, babosos y similares tan prolijos en este mundo de las páginas personales.  A esos y esas les pido sinceramente perdón. Perdón por haberles dado más de lo que necesitaban de mí.

Cuenta atrás...

Cuenta atrás...

Iba a necesitar algo más que endorfinas para mejorar un fin de semana horrible. Debía darse prisa porque sus fines de semana siempre acababan el domingo por la mañana, justo antes de quedarse dormido ante el televisor para despertar en el tedio de la tarde. Pensó que la mejor solución era ir al gimnasio y ver si acababa por reventar el corazón antes que el cáncer, que avanzaba rápidamente por su espacio virtual, acabase con EL. Agarró los mandos de la máquina como si fuese el volante del vehículo con el que iba a hacer su último viaje aquél que le ayudaría a superar los límites del dolor que le oprimía el alma. Puso al máximo el nivel del aparato, veinte, un esfuerzo al que nunca se había sometido. Aquello era un reto a muerte.

 

“Prefiero que me mate el corazón antes que lo haga lentamente un maldito tumor”

 

Dio un paso. Luego otro. Otro más. Y otro. Sus piernas empezaban a vencer la resistencia de la máquina.

 

“Adelante, siempre adelante. No pares ahora”

 

Apretó las mandíbulas y las venas se evidenciaron en el cuello, aunque extrañamente no oía ni sentía su corazón.

 

“Muerto, estás muerto. Y a mí me has dejado vivo”

 

Apareció, entre un fogonazo de luz, el primer recuerdo de Ella. Su nombre o mas bien, su alias. El bombeo de la sangre desde un corazón inerte era el único sonido que percibía. Las piernas, perdidas en una frenética carrera, eran lo émbolos que escupían la sangre a las arterias en un circuito cerrado al corazón, impidiendo que adquiriese el color rojo de la vida, transmutándolo en un mortecino violeta. Un parking, el primer beso que le pidió antes de cruzar la puerta de la habitación del hotel donde hicieron el amor por primera vez con una entrega que pareció la última. Como lo hicieron siempre, como si renunciasen a una próxima vez. Hoy, siete años después, trata de recordar cuál fue la última vez que le dijo que la quería. La rabia se apodera de EL al tener que buscar la respuesta en su memoria.

 

“No la encuentro, no la encuentro. No te encuentro”

 

Un sudor frío baña su cara mezclándose con el calor de unas lágrimas que ahogan sus recuerdos bailando en el quicio de sus ojos. No ve. No recuerda. No siente. Está al límite y su corazón sigue ahí, impasible.

“¡¡ Late cabrón. Late de una puta vez!!”

 

Su corazón se rebelaba a un solo pálpito que no fuera el estrictamente necesario para mantener con vida el amasijo de carne y fluidos, violáceos y blancos, en que se había convertido. No pudo más… La máquina paró en el tránsito que va de un trece a un catorce de abril condenando a EL a una extinción lenta en una cuenta atrás que terminaría cuando cayese el último recuerdo de su página.

 

 

 

 

Revuelta

Revuelta "Re-vuelvo" de dónde nunca me fuí. Marché obligado por, según parece, circunstancias de la técnica que de vez en cuando nos juega malas pasadas. Han sido días de soledad "diarera" en los que te das cuenta que, en cualquier momento, el mundo virtual puede tornarse infiel. Como yo lo he sido con "blogia" aunque puedo decir en mi descargo que ella lo fue antes conmigo llevándose, además, dos escritos con sus respectivos comentarios. Fruto de esa recíproca deslealtad y de mi tendencia a buscar nuevos horizontes, he abierto nueva página para momentos de crisis entre blogia y yo. Espero que a mi amante le gusten los tríos (diareros) tanto como a mí.

El juicio más importante

El juicio más importante

 

Ando enviando relatos cortos a concursos literarios. En una de las convocatorias llamada “vivencias”, se exige que las mismas no superen los setecientos caracteres y, como máximo, se pueden enviar seis relatos. Tras una primera selección me quedaron cuarenta y siete de los que consideré podría mandar sin que me produjese sonrojo pensar en los comentarios del jurado que los valorase. Para llegar a las seis “vivencias” exigidas me he sometido a otro juicio, a otra valoración, la de mi hija Flors . Sé que ella iba a ser del todo imparcial y me diría qué narraciones le gustaban, como lo hacía cuando era pequeña y le explicaba las versiones adaptadas de los cuentos infantiles y me decía “papá el lobo era el malo de la historia, no Caperucita”. Y es que ella ya se había leído antes la versión oficial. No obstante veía cómo abría sus ojazos escuchándome (le encantaba la adaptación que hice del cuento de “María Sarmiento”) aunque no coincidiese con el relato original. Lo cierto es que a Flors también le gusta imaginar otras historias que las que están establecidas oficialmente. Pues bien después de que hubiese leído y releído los relatos, ha escogido diez que “…m’han agradat molt…” . Y yo, más ancho que largo, me he sentido ganador de todos los concursos literarios del Universo, de los demás me dijo “…i es que, papà, en els teus relats utilitzes a vegades paraules que els hi venen masa ‘grans’ , que son masa ‘rebuscades’ i això els hi fa perdre espontaneitat…” (“…y es que, papá, en tus relatos utilizas algunas veces palabras que les vienen muy ‘grandes’, muy ‘rebuscadas’ y eso les hace perder espontaneidad…”).

 

 

¿Vienes a comerte las uvas?

¿Vienes a comerte las uvas?

Inocente, inocente

Inocente, inocente Desde siempre el día 28 de diciembre ha sido uno de los días "intervacacional" que más simpatico me ha caído a pesar de que algunos, como el de hoy, caigan en jueves. Cuando era pequeñín, ese día,  se me consentía el poner a caer de un burro a los que eran adultos.  La excusa de que aquello que decía "era una broma", me eximía de toda culpa. Esa catarsis infantil duraba lo que duraba el día y al día siguiente volvía a mi estado de ingenuidad infantil no tolerada. El lujo que, para algunos, nos representa cumplir años, convierte ese día de exculpación en 364 días ó 365 en los bisiestos y, el 28 de diciembre permito que l@s demás, ingenu@s o no, inocentes (¿hay algun@?) o no, me pongan a parir. Así que esta abierta la veda hasta las 00 horas del 29 de diciembre. Os queda algo menos de media hora para solventar vuestras cuitas conmigo sin que por ello pestañee un ápice. 

Malas noticias

Malas noticias

No. Las malas noticias no son que, un año más, no me haya tocado ni la pedrea en la lotería.

 

Tampoco las malas noticias son que haya tenido que anular mi semana de esquí en Andorra ya que el único polvo de nieve lo íbamos a tener que fabricar nosotros y no la madre Naturaleza.

 

Ni tan siquiera las malas noticias son que hoy haya fundido parte de mi crédito bancario con mis hijas, seres llenos de recursos con caída dulce de ojos incluída: “papà si no anem a esquiar ens ho podem gastar en robeta, ¿oi?” (“papá si no vamos a esquiar nos lo podemos gastar en ropa ¿verdad?”).

 

No. La mala noticia es que, en el lote navideño de la empresa, no me han puesto los "Lacasitos" ¿Me estarán haciendo "moobing"?.

Un miércoles cualquiera

Un miércoles cualquiera

Veintinueve de noviembre, miércoles. Los miércoles suelo despertarme algo más tarde que los otros días laborables de la semana. No obstante a las ocho de la mañana de ese miércoles, ya estoy con los ojos bien abiertos y sin ganas de remolonear entre las sábanas a pesar que el silencio inunda todo el espacio de la casa. No hay nadie a quién darle los buenos días. No importa, tengo que ponerme en marcha porque quiero llegar pronto al despacho. Salgo de casa a eso de las nueve y me extraña no encontrarme con el portero, siempre al pie de la portería. Me pongo los auriculares del MP3 y escucho el resto de la canción de “The lion sleeps tonightque dejé ayer a medias. En los trayectos que hago andando por Barcelona, cuando voy solo, acostumbro a escuchar música. Me gusta convertir las calles de la ciudad en enormes pistas de bailes. A veces, incluso, el caminar de la gente que se cruza conmigo, se acompasa con la canción que escucho. Es divertido ver bailar “Another Brick In The Wall a una muchedumbre que sale aceleradamente por las escaleras del metro para dirigirse al trabajo. El ritmo de la lava humana que emerge del semisótano de la tierra presta a invadir las cavernas donde se desarrolla la producción mortal y por tanto, efímera, del ser humano. Otras veces quién baila al son de la música soy yo. No puedo evitar armonizar mis piernas con las cadencias de “Zapatillas” o el movimiento de los hombros con los acordes de “Clavado en un bar”.

 

 

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Entre convulsión y convulsión llego al despacho entonadísimo. No hay nadie. Ni la secretaria, ni mis compañeras. Tampoco encontré en la garita de la portería al conserje. “Estoy de limpieza en la escalera”, explicaba un cartel. Son casi las diez de la mañana. Me quedan un par de horas hasta la del gimnasio, así que decido hacer unas llamadas. Sin éxito. “Está apagado o fuera de cobertura”, oigo. Entro en “La Red” para consultar el correo y de paso leer las noticias del día. El Messenger se conecta automáticamente. De tres monigotes azules dos están ausentes y el tercero no disponible. El resto en ese color parecido al rojo-marrón. Inútil saludar a alguien o que alguien “ausentenodisponible” me salude. Aprovecho para contestar a los comentarios de “Entre Líneas” e intentar plasmar una idea que me ha rondado en el “baile” matutino. Cuarenta y cinco minutos mas tarde parece que lo he conseguido aunque, como casi siempre, no me deje satisfecho del todo. “El de hoy tiene un final demasiado vulgar”, pienso, pero desisto rectificarlo y le doy a publicar.

 

 

Sobre las doce y media entro por la puerta del gimnasio. Me identifico poniendo el dedo índice para que sea escaneado por el dispositivo que acciona la barrera de entrada a las instalaciones. El “chip prodigioso” ha sustituido al "factor humano". No encuentro a nadie conocido, aunque tampoco es de extrañar porque, a esas horas, la media de edad de los varones es superior a los sesenta y cinco años y la de las hembras rondará los veinte y yo estoy en medio, a mucha distancia entre unos y otras. Inicio mi ruta de la salud en un aparato que me obliga a hacer los movimientos que me recuerdan al de los peregrinos que van por el camino de Santiago. Así durante media hora en la que pierdo trescientas cincuenta calorías, mi ritmo cardíaco medio ha sido de ciento treinta pulsaciones y la distancia recorrida ha llegado casi a cinco quilómetros. Luego a tonificar los cuadriceps, los bíceps, los deltoides, los glúteos y, cómo no, los abdominales. Por si no fuese suficiente la humillación a que someto a mis músculos, luego los pongo en su sitio con los ejercicios de estiramiento. Siempre se quejan al principio, una simple advertencia que envían a mi cerebro que les devuelve su lamento con indiferencia. Después de la lucha con mi cuerpo llega el momento de relajarlo así que me voy a la sauna húmeda que, como ya deja claro en su nombre, es un antro de perdición de agua y minerales poco nobles del organismo. Y de ahí a las dulcemente agresivas burbujas del jacuzzi situado en la sala de aguas del gimnasio, justo en su parte superior.

 

 

 

A las dos y media de la tarde, suave de piel y laxo de ánimo, abro la puerta de mi casa, donde sigue presidiendo el silencio. El orden de las habitaciones, la limpieza y el plato de espagueti preparado en el microondas indican que por allí pasó la doméstica. Sin más transición le doy al encendido, saco algo de pan del congelador y bebo un vaso de agua antes de empezar a comer, engullir más bien, mis espaguetis a la carbonara, mientras veo las noticias en Telecinco algo más universales que las endogámicas de Tevetrés. Aguanto cinco minutos de noticias, los justos para “leer” los titulares y cambiar los dígitos a Teveocho donde Arús dirige su tertulia diaria plagada de parientes. A las tres, engañado más que alimentado mi centro cerebral del hambre y con mi taza de té desteinado en la mano, me dejo caer en el sofá de la sala de estar intentando adivinar los minutos que tardaré en perder la batalla a mis ojos. La verdad es que no entiendo porque peleo con ellos en ese deslizamiento hacia el placentero mundo de los sueños siesteros. Se cierran poco a poco … Se cierraaaaaannnnnnnnnnnnnnnnn…

 

¡¡¡ NO ¡!! ¡Se abreeeeeellaaaaapuerttttttaaaaaaaaaa!

 

- ¡¡ Hola papuchi ¡! ¡¡ Per on pares ?¡!

- ¡¡ Estic aquí Rosaaaa !!

- Desde luego papà sempre et trobo mig dormit

 


Son las tres y cuarto de la tarde y Rosa, mi hija pequeña, ha llegado del colegio. Es curioso, ¿o no?, pero desde que me desperté a las ocho de la mañana, ha sido la primera vez en el día que alguien se dirige a mí y la primera en la que despego los labios para hablar. Más de siete horas sin conversar con nadie en una gran ciudad y en la era de las comunicaciones. Pienso en la suerte que tengo de no estar solo.

¿Zona Azul Grana?

¿Zona Azul Grana?

Este es un aviso para aquellas personas que crean que la zona azul es cara, pues no saben que la zona azul grana lo es aún más, exactamente cuesta ciento sesenta euros la hora. Pues bien, como en fin de semana la zona azul es gratuita en Barcelona, el sábado veintiocho de octubre aparqué sobre las cinco de la tarde en la calle que está justo al lado del hotel Princesa Sofía. Para mi sorpresa, cuando llegué una hora más tarde, mi coche ya no estaba. Mi primer impulso fue pensar que me habían robado el coche, aunque después de preguntar a un guardia urbano que estaba por la zona me di cuenta de que tampoco iba tan mal encaminada, mi coche se lo había llevado la grúa municipal. Sí, se ve que “Los días de fútbol”, según rezaba un minúsculo recuadro adherido al cartel indicador de la zona azul, no se puede estacionar en esa calle. Entonces yo me hice una reflexión a mi misma, ¿Es que ahora tenemos tres colores distintos de zonas de estacionamiento en la ciudad? ¿Acaso el Barça ha adquirido los derechos sobre estas? Y si no es así, ¿Me devolverán el dinero de la multa?

 

 

Escrito por mi hija mayor y remitido a "La Vanguardia" dónde no sabe si lo publicarán. No puedo por menos que solidarizarme con ella y refrendar punto por punto lo que dice en su denuncia.

Burbujas indiscretas

Burbujas indiscretas

 

Una vez por semana me gusta darme una sauna y luego meterme en el jacuzzi. Después del ejercicio en el gimnasio el baño turco y el de burbujas me dejan en un dulce estado de relajación, tanto, que casi me quedo dormido en la plataforma del jacuzzi. Pero eso me plantea dos problemas. Que no puedo darme el baño desnudo y a mi me gustan los bañadores anchos. Me explico. No puedo ponerme en pelotas porque, la piscina donde están los chorritos que agitan el agua, es compartida por varones y hembras y, claro, quedaría indecoroso que en la piscina de un gimnasio pijo no se pudiesen lucir los trajes de baño de marca. Así que opté por un meyba azul marino muy resultón. Pero, claro, en ese tipo de bañadores las burbujas campan a sus anchas y, estirado en la plataforma en estado casi catatónico, conforman un bulto que podría interpretarse erróneamente. Sin ir más lejos, el miércoles pasado, estaba en mi púlpito dejándome acariciar por las pompas de agua cuando, al entreabir los ojos, vi que dos señoras miraban con cierto interés mi entrepierna donde, el volumen de la bolsa que se había formado, era considerable. A mi esa situación me da mucho corte y he decidido que para desapercibido, la próxima vez me pondré un bañador ajustado a los muslos donde no puedan penetrar los globos de agua y evitar protuberancias. Seguro que con éste que me he comprado no llamaré la atención.

El cuento que no me aplico

El cuento que no me aplico

Con la cantidad de cosas que tengo “entre bites” no hay manera de poder “colocar” un escrito estos días. Por mucho que lo intento, no me aplico lo que escribo . No rasgueo cuartillas, no leo ni os leo, casi ni comento y eso me produce insatisfacción porque no hago lo que me gusta. Vosotr@s, por si acaso, seguid por aquí cerca, porque mañana pagaré mi tiempo y me tendréis casi al completo.

Mi cuerpo

Soy un compuesto 60% de agua y 40% materia orgánica por el que navegan unos 60 billones de células. A todas ellas les he dado cobijo en un recinto al que le he llamado cuerpo y las he agrupado en tejidos. Esa estructura, que logra sujetarse gracias a un esqueleto de más de 208 huesos, puede desplazarse de una manera más o menos grácil y coordinada, cuando se pone de acuerdo con mis 650 músculos. Como soy un hombre ordenado, he organizado mi cuerpo en 8 aparatos diferentes y, dado que tengo un espíritu democrático, los he dotado de una autonomía real. Ello me ha comportado no pocos problemas ya que, en ocasiones, algún grupo de células trata de revelarse contra el metículoso orden establecido originando que los aparatos no cumpliesen con los objetivos encomendados.

 

 

 

 

Por poneros un ejemplo, uno de ellos que bauticé con el nombre de reproductor, sólo ha cumplido su función en dos ocasiones a pesar de los esfuerzos, encono, dedicación e insistencia con que intenta reproducirse. Coronando la parte más alta de mi estructura, existe una cavidad poco llamativa que, para hacerla más atractiva, la rellené de una materia de color grisáceo, sólida y superficie rugosa a la que llamé cerebro. Parece ser que conseguí en parte mi propósito ya que, en la actualidad, viven allí más de un billón de neuronas. No obstante, ese éxito lo ha vuelto presuntuoso ya que cree que tiene el poder sobre el cuerpo e intenta dominar e influir en todas sus acciones. No siempre lo consigue porque doté a mi cuerpo de un órgano defectuoso que compensa su pretendida perfección… Y es curioso porque, por más que lo intente, nunca podría vivir sin ese apéndice irregular.

Minuto de gloria

Minuto de gloria

Es el treinta y uno de mayo de dos mil . Llegar hasta allí le había costado tres largos años de trabajo. Ese día, por fin, le alcanzaba el reconocimiento profesional como así lo atestiguaba una de las salas del Colegio de Periodistas de Barcelona, llena hasta los topes. Cinco televisiones extranjeras, siete nacionales y casi un centenar de periodistas cubrían la noticia. En las primeras filas de la sala estaban los invitados a la rueda de prensa que, de alguna manera, apoyaban la causa. Representantes de la Organización Mundial de la Salud, presidentes de diversas sociedades científicas del País y de los principales hospitales de Catalunya se habían dado cita en aquella Sala en la que todos y todas miraban hacia la tribuna. Allí estaba él, en el centro del grupo que allí se congregaba. Flanqueándoles a derecha e izquierda, sus clientes, el equipo médico que había elaborado los informes que habían servido de base a la reclamación y Miguel Martínez, el más estrecho colaborador que tenía en el despacho.

 

 

 

Tenía plena convicción que las parrillas de todos los noticiarios abrirían con aquella rueda de prensa. La pena es que no podría llegar a verlas porque atender a los medios de comunicación que allí se encontraban. No importaba, por la noche el noticiario que Lorenzo Milá dirigía en “La 2” le habían dicho les dedicaría una atención especial, uno de aquellos reportajes intimistas, llenos de profundidad que tanto gustaban a la gente. Eso era fenomenal, tener un minuto en las “Noticias de Milá” uno de los de más prestigio y audiencia a pesar de emitirse en “La 2”, era la guinda que corroboraba su triunfo. Además el programa se distinguía por su seriedad y rigurosidad a la hora de tratar las noticias.

 

 


(*)

 

 

A las diez de la noche estaba en el sofá de su casa con los ojos clavados ante el televisor y, por supuesto, con “La 2” en la pantalla. Ahí estaba Lorenzo Milá con el pestañear clásico en sus ojos hablando de ellos, de aquella rueda de prensa, Enfocó a Carlos, uno de sus clientes y verdadero protagonista de la historia. Bajo la nítida imagen, su nombre, Carlos P. Luego, Andrés F., el otro cliente tratándose de explicar. Finalmente, el momento tan esperado, un primer plano de él hablando en aquella sala abarrotada y expectante. Un rictus de decepción asomó en su cara cuando se vió por la televisión. No era porque no hubiese durado un minuto, incluso más, su intervención ante las cámaras. Tampoco porque bajo su imagen apareciese el nombre de Miguel Martínez, el compañero de despacho que no había abierto la boca en la rueda de prensa. No era eso lo que había transformado su minuto de gloria en un minuto de desilusión. Era porque, de repente, su imagen aparecía asociada a un nombre con veinte años más que él sobre sus espaldas. Y eso si que su vanidad no lo soportaba.

 

 

 

(*) Como soy vengativo, pero no rencoroso, he puesto la foto de su hermano mayor. Para que su vanidad sufra como la de Él.

Uebos

Uebos

Leéis bien. He escrito “Uebos”, sin “hache” y con “be”. No es que me haya dado un pasmo gramatical y me pase la ortografía por el arco del María Moliner, no. “Uebos”, insisto en el vocablo, significa ‘necesidad, cosa necesaria’. Así que ya podéis ir tomando nota vosotr@s que me soportáis, bueno y algun@ hasta se ríe y hasta aprende, que lo sé. Os quiero aquí cada día aunque no esté ni os comente “por uebos”. Dicho así puede parecer feo, pero nadie dijo que la verdad fuera bella.

Haciendo de padre

Haciendo de padre

Hoy voy a hacer de padre o, más exactamente, escribiré como lo hace un padre. Es una advertencia para tod@s aquell@s que quieran saltarse lo que escribo y no quieran leer un relato plagado de aquellas maravillas que los padres ven en sus hijos. Os disculpo que me leáis. A mi también me pasaba lo mismo cuándo, antes de tener a mi primera hija, algún amigo o conocido que acababa de ser padre, me soltaba lo “mon@, list@ y espabilad@” que era su retoñ@. Nadie hacía las cosas que hacía su hij@ y ningún otro bebé superaba al suyo “Mira, mira las fotos qué guap@, es” y, a la que te descuidabas, te soltaban hasta la primera ecografía y el vídeo del parto. Y yo ponía cara de bendito apostillando lo que me contaban. La verdad que todo eso me parecía una memez… hasta que me tocó el turno a mí…

 

El 17 de marzo de 1987 nació mi hija mayor. Fue un embarazo difícil, en el que su madre, después de estar ingresada en el hospital desde el quinto mes, estuvo a punto de perder un riñón. Asaeteada por las inyecciones y el gota a gota durante esos meses, aguantó con esa fortaleza que da el instinto, entre animal y salvaje, de las madres y la ilusión por ese ser que llevaba dentro. El parto no fue menos complicado estando su madre hervida por la fiebre y con la angustia que, de un momento a otro, la infección que tenía le provocase una septicemia. Cuando ya pasó todo le pregunté por los dolores del parto y ella me contestó que no se había enterado, que el dolor de un cólico nefrítico era mucho más fuerte que el de un parto.

 

Con tanto riesgo, no pude estar en el quirófano. No pude ver nacer a mi hija. Pero recuerdo el instante cuándo la ví por primera vez en este mundo, aún sucia y envuelta en ese papel de aluminio en el que me la trajeron. Ojos abiertos, color miel. Toda su cara eran ojos y pestañas. Enormes pestañas. Me extendió los brazos y por un momento pensé que me veía. Entonces la cogí en mis brazos por primera vez. Fue un movimiento instintivo, como el pensamiento que tuve. “Mi vida por la tuya”. Sin atisbo de dudas. El más real que había tenido nunca. Luego, cuando vino al mundo mi segunda hija, tuve la misma sensación, idéntico sentimiento. Ese fue mi primer pensamiento, el primer sentimiento al tenerla allí, pensando que podía romperse en cualquier momento. “Los niños nunca se rompen en brazos de sus padres” me dijo la enfermera intuyendo mi preocupación. En ese momento me dí cuenta que estaba llorando y que mi felicidad iba a cambiar de nombre…

 

 

 

Valldeflors. Así se llama mi hija mayor. En casa la llamamos Flors. No, no le busquéis traducción. Es un nombre único que tomamos de una Virgen patrona de un pueblo situado en la falda del Pirineo, en la comarca del Pallars Jussà, Tremp. Allí nació su madre que también lleva el nombre de la patrona de su pueblo, pero el nombre antiguo. María Davall de Flors. El nombre no obstante, aunque precioso, se las trae… y tiene anécdota. Fue cuando, al día siguiente de nacer Flors, me dirigí al Registro Civil a inscribirla. Delante de mí, otro padre hacía lo propio con su hija. Vanesa, se llamaba y le dieron el libro de familia en cinco minutos.

- “¿Qué nombre le ponemos a su hija?”, me preguntó la funcionaria.

- “Valldeflors”, le contesté con una entonación que no dejaba lugar a dudas del nombre.

- “¿Cómo? ¿Y de dónde viene ese nombre? Ya sabe que los nombres que no existen no se pueden inscribir”

- “Es la patrona de Tremp”

- “¿Tremp, dice? Espere que voy a ver si está en el libro del ‘Ómnium Cultural’” Y se fue hacia el interior del despacho en busca del libro “Ummm. Aquí no está… A ver…”, pasa que te pasa las páginas la funcionaria y, nada. Ya me empezaba a poner nervioso.

- “Mire, ve” le dije enseñándole el DNI de mi mujer, “su madre se llama igual, bueno con el nombre antiguo, y lo pudo inscribir y todo esto antes de 1975” y pensé, “Cuándo los nombres en catalán no se podían inscribir”

- “Ya lo veo, ya. Pero en el libro no viene y si no viene, no la podemos inscribir con ese nombre”, afirmó muy segura la funcionaria. Yo, que no podía olvidar el padre que, justo delante de mí, había inscrito a su hija con el nombre, tan español, de “Vanesa”, no me reprimí y le dije ya más serio:

- “Oiga ¿Y el nombre de ‘Vanesa’ existe? Porque a mí eso me suena a serie de televisión”

- “Por supuesto que existe. Nada impide poner a los recién nacidos un nombre americano” Habíamos llegado a un callejón sin salida en la conversación y me veía inscribiendo a mi primogénita con el nombre de “Valldeflowers” o algo así. A todo esto que apareció por allí, saliendo del interior, alguien que se identificó como el Juez registrador.

- “Vamos a ver caballero” (ese era yo) “Hagamos una cosa, Ud. me demuestra que el nombre es el de la virgen, y yo le inscribo a la niña”

- “¿Y cómo hago eso?¿Le traigo al cura del pueblo para que testifique?”

- “No, caballero, no hace falta que traiga Ud. a nadie ¿No tendrá una estampita de la virgen donde ponga su nombre?”. Aquello me cogió de sorpresa y casi me parto de la risa cuándo oí lo de “estampita”. Pero el individuo aquél lo decía muy serio y me puse a pensar. Recordé que si, que aún conservaba una postal de la virgen en casa. La tenía del día que nos casamos, naturalmente en la basílica, de más categoría que una iglesia en el escalafón religioso, del pueblo. Me la había facilitado el cura con el que uno tenía que ‘hacer ver’ que se confesaba antes de recibir el “sagrado sacramento del matrimonio”. Se la regalé al registrador al día siguiente y él la guardó dentro de aquél libro gordo y rojo al que le llaman “Òmnium”. E inscribí a mi niña con el nombre que queríamos su madre y yo…

 

Podría estar escribiendo sobre la vida de Flors durante mucho tiempo. Sus diecinueve años están salpicados de anécdotas. Sus diecinueve años están llenos de vida. No lo voy a hacer. No debería decir, por si acaso ella me lee (que seguro que me convencerá para que lo haga) que es una mujer que se cree afortunada. Se cree afortunada porque puede ir a la Universidad, a la que ella ha querido. Se siente feliz porque tiene amig@s y padres que ejercen como padres, como ella nos pidió. Y una hermana que la adora. Está contenta porque, con su inteligencia y habilidad, lo ha conseguido todo. Y sabe que heredó de su padre la pasión por escribir e imaginar mil historias y el gusto por la lectura. De su madre, lo mejor. La belleza, su fuerza interior, la lealtad, la valentía para encajar la vida de frente.

 

Ella no sabe que la fortuna la hemos tenido sus padres con el regalo que la vida nos ha ofrecido primero con ella y, luego, con su hermana. Ella no sabe que, para nosotros, sus padres, la felicidad lleva el nombre de Valldeflors y Rosa, cuando las vemos sonreír. Ella no sabe que el Amor, ese que se construye con mayúsculas y que es para siempre, lo escribimos con sus nombres.

 

 

Felicitats Flors. T’estimo.

¡ No pienso volver al médico !

¡ No pienso volver al médico !

Los médicos son como los inspectores de hacienda. Siempre que vas a visitarlos te encuentran alguna cosilla que, a buen seguro, no te va a gustar. No se si es porque quieren justificar su trabajo o para recordarte que tu naturaleza es caduca.

 

Por eso no me gusta ir al médico. Me pone muy nervioso, la verdad. Siempre estoy esperando que me diga que tengo alguna enfermedad innombrable y que, cuando salga de su visita, tenga que ir a encargar la caja de pino y liquidando a mis deudos. Conociéndome de mi angustia por visitar a los galenos, ya voy preparado, es decir, cómo me sé de memoria lo que me va a decir y los remedios que me va a aconsejar para ‘regularme’, me los he aprendido todos y, cuando me dicen, por ejemplo: “No tiene que beber leche ni productos derivados de la leche”, le contesto: “Hace años que no tomo leche, ni unto mantequilla… en el pan”. Eso ya empieza a descolocarles un poco.

 

Hace unos días me tocó ir a la revisión médica rutinaria anual. Ya sé que “lo mío” de toda la vida, es el colesterol y la tensión altos. La verdad es que no cuido esos dos indicadores, los maltrato todo lo que puedo desde hace muchos años para ver si me abandonan. Pero no hay manera, ahí siguen, desde su atalaya recordándome que aunque parezca saludable, tengo mis limitaciones físicas. Así que ya entré preparado en la consulta del médico. Un orondo y joven médico. Después del consiguiente saludo, coge mis análisis de sangre y orina y me dice: “Tienes el colesterol algo alto” (siempre emplean el trato próximo para darte las malas noticias así, piensan que les coges confianza) “¿De veras?” le contestó ingenuamente y con grandes dosis de bobería. “Si. Nada serio, con privarte de comer algunas cosas, se te arregla rápido. Evita las carnes grasas, la mantequilla, los huevos, bollería…” Siempre les dejo soltar la retahíla para que se ganen el sueldo y ya, cuando acaban, es cuando los ‘plancho’ “Es que, doctor (no sé porqué nos empeñamos en llamarles ‘doctores’ si en realidad casi todos son médicos lisos y rasos) casi no como carne, me inflo de verdura, ensaladas y frutas y me encanta el pescado azul. Ah! Y tampoco le pongo ni sal, ni azúcar a lo que como” Cuando termino de darle mi explicación dietética el brillo de triunfo que se ve en mi cara es inversamente proporcional al de contrariedad y fastidio de los galenos. Los dejo sin argumentos profilácticos para curar mis enfermedades… “¿Y ahora qué le digo a éste que ni fuma, ni bebe?” deben pensar y lo peor “¿Qué le receto?”

 

Mientras nos encontrábamos en esta disyuntiva, yo con aire de triunfo y el galeno presa del abatimiento, me dijo: “Bueno, ahora, vendrá Piluca y le acabará de completar la revisión. Ya sabe, le tomará la tensión, le pesará y todo eso…” De golpe y porrazo, sabedor de mi dominio, había pasado al trato consular. A todo esto se abre la puerta y entra la susodicha Piluca… ¡Por Dios, qué ejemplar de hembra! ¡Pero que metro setenta más bien colocado en esa bata que le ajusta perfectamente! Bueno, le ajustaba perfectamente al cuerpo, pero no así al pecho que rebosaba generoso entre los botones abiertos de la vestimenta. La tal Piluca me arremangó la manga (yo fui incapaz de articular palabra o realizar algún movimiento con cierta coherencia) y me colocó la manopla para tomarme la tensión. “¿Qué estás nervioso?” me preguntó “¿Nervioso yoooo ¿? ¡Que va!” “¡¡Uyyy. Pues tienes la tensión por las nubes ¿eh? Tienes que cuidarte!!”

 

 

 

 

 

 

Cuando la enfermera terminó de hacerme todas las pruebas empujando mi tensión hacia algún remoto lugar de la galaxia, el médico me esperaba con una sonrisa que le cruzaba la cara “¿Así qué la tensión alta, eh ¿? Y sin estar nervioso, sin motivos aparentes. Puessssssss, pasa, pasa, que te voy a recetar algo”. Ya estaba. Otra vez, al final, me habían vuelto a ganar la batalla… Salí por la puerta de la consulta abatido. Mientras, desde la puerta, el orondo galeno me despedía con la mejor de sus sonrisitas diciéndome: “Anda muchachote, hasta el año que viene. ¡¡ Y cuídate ¡!”.

Orientación

Orientación

No tengo brújula, pero sé dónde está el Sur. He perdido el Norte a pesar de tener mapa y la guía de mis sentidos me indica que debo ir hacia el Este. Aunque sé que, tarde o temprano, acabaré en el Oeste. Así que de momento será mejor que me quede en el centro de mi Universo, dando vueltas en círculo.

Signos de distinción

Recojo el testigo que me dejó unjubilado (menuda faena ¿eh? ) para que continúe la cadena ‘diariera’, sobre manías o hábitos que tengamos l@s ‘diarier@s contaminad@s’. Antes de entrar en materia quisiera hacer dos consideraciones. La primera es que, por si no lo había manifestado anteriormente, soy muy poco dado a seguir los eslabones de “La Red”, prefiero construir los míos. No obstante como, de maduro, quiero ser como unjubilado, al que un día pediré el secreto de cómo llegar con las ganas y buen humor en el que él ha llegado a su estado, lo haré con mucho más que agrado. La segunda consideración es que, queridas y menos queridos que me leéis, los que pasamos de los cuarenta (años) no tenemos manías ni hábitos. Lo que tenemos son signos de distinción y, por lo que a mi se refiere, a raudales. A ello.


 


Un hombre avanzado a su tiempo. Mi reloj siempre lo tengo adelantado media hora. Ni un segundo más, ni un segundo menos. Eso que no es un reloj como para llevar ni adelantado, ni atrasado, podría ir siempre en punto pero no. Me gusta celebrar con tiempo el año nuevo, llegar el primero a todas partes y, por supuesto, llegar primero que la parca e intentar hacerla alguna jugarreta.

 

Alimentación. Las ensaladas y verduras, de las cuales soy un consumidor diario, las aliño con aceite y limón en sustitución de sal y vinagre. Es más no le pongo ni sal, ni azúcar, ni sucedáneos a alimento alguno porque, para ‘salado’ y ‘dulce’ me basto y me sobro. ¡Ahí queda eso!


 


En la cama. Como es un lugar dónde permanezco más de un tercio de mi tiempo, necesito comodidad y perspectiva. Eso consigo apoyando mi cabeza sobre dos almohadas lo que tiene dos ventajas… o tres. Una de ellas es que te permite ver desde un punto más elevado del que está tu acompañante o acompañantes, permitiéndote, desde esa atalaya, dominar la situación. La otra es que, si el tálamo tiene tres almohadas, cuando se incorpora una tercera persona jamás estará falta de un apoyo en su cabeza. Otra de las ventajas es que, en las pocas noches de soledad que tengo y dada mi costumbre de dormir abrazado a mi compañera/s, dos almohadas son la justa y necesaria medida. Duermo todo el año con pijama de pantalón y manga corta… cuando lo llevo, claro está.


 

 


Comunicación. Intento expresarme y escribir correctamente construyendo lo mejor que se las frases. Otra cosa es que lo consiga. En consecuencia no me gusta ver un escrito con faltas de ortografía, sin los correspondientes signos de puntuación, mal construido o poco fundamentado. Eso se trasluce en mis conversaciones por Messenger y en los mensajes del móvil. No abrevio las palabras, ni escatimo acentos. Y otra cosa. No me dejo invadir por barbarismos lingüísticos. Así que, si una denominación tiene su palabra correspondiente en castellano o catalán utilizo las de estos idiomas. Un ejemplo es que no utilizo la palabra “blog”, sino diario, ni la palabra “post”, sino escrito o artículo.

 

Relaciones personales. Desde el momento que contacto con una persona sea de la forma que sea, las asocio a colores de una manera casi inconsciente. El color puede variar en intensidad y textura a medida que avanzo en ese conocimiento con la persona,  pero jamás varía el color originario. Ahora no me empecéis a preguntar con qué color os tengo asociados ¿eh?.

 

Y aunque tengo ganas de ‘rebotar’ a cinco personas más para que hablen de sus manías, hábitos o, en su caso, signos de distinción, me abstendré y haré de ‘estación término’ de la cadena.

 

Epitafio



Reflexión acabando el año...

Mi atributo masculino más importante es feo, pero me gusta tenerlo así, porque, si aún siendo feo me lo chupan, teniéndolo bonito ¡! se lo comen ¡!

 

 


¿Pero qué foto pensabais encontrar? Lo más importante para mí es escucharos…Laughing